Pretende llevar al hombre a la experiencia de la divinidad partiendo de la dimensión racional pensante del hombre religioso: se trata de hacerle razonar de modo intenso y afectuoso el contenido de su fe. No se trata de un uso teórico de la razón discursiva, que busca el “por qué” mediante una cadena de argumentos de orden filosófico. Tampoco pretende un empleo práctico de la razón propio de la ciencia, a la que interesa el “cómo” o el “para qué”. LA “razón meditativa” de S. Ignacio acepta los planos anteriores, pero busca un plano de verdad y de experiencia más alto, que puede conducir al orante a las propias raíces de su existencia.
En este plano, la mente del hombre religioso deja de manipular y estructurar datos, y se deja inundar por una realidad y una presencia superiores y transformantes. En la meditación ignaciana lo que importa es pensar de tal manera que nosotros mismos seamos los pensados. El hombre, que empieza razonando, termina percibiendo un plano superior al de su propio pensamiento activo: alguien piensa su vida y la potencia.
Así, sólo puede meditarse sobre aquellas realidades que nos sobrepasan: sobre el misterio de Dios o sus manifestaciones. En el caso de S. Ignacio, “objeto” de meditación puede ser el cosmos creado, la propia vida, la historia, y la suprema revelación de Dios, Jesucristo. Son hechos que remiten al misterio de Dios. La meditación de S. Ignacio se despliega en una escala de cuatro pasos o escaños:
a. Composición del lugar: parte del principio de que el hombre es un ser sentiente. Para iniciar el camino de su meditación, el orante ha de evocar y componer, recreándolo en su imaginación, el encuadre de una determinada escena – evangélica -. La meditación ignaciana penetra en lo sensible, en la historia y el recuerdo que se convierten en lugar de Dios y campo de manifestación de su misterio – especialmente en Jesús de Nazaret -. En este punto se dan divergencias entre la meditación cristiana y las técnicas de meditación orientales que prescinden de este nivel sensible y pretenden hacer del vacío el lugar de Dios. En la meditación ignaciana el orante ha de procurar que sus sentidos y potencias se concentren en la escena. La evocación se convierte en fuente de experiencia para el presente y el orante se vuelve actor de ella.
b. Discurso de la mente: El hombre es un ser racional, pensante. La meditación ignaciana no deja al margen el pensamiento. El orante, centrado en la escena, ha de pensar acerca de ella. Discurre, organiza y elabora los diversos aspectos del misterio manifestado allí para intentar descubrir su significado.
c. Participación del corazón: es el paso que el orante da cuando no puede resolver con el nudo pensamiento los enigmas que le plantea la manifestación del misterio de Dios. El orante advierte una ruptura de la razón, que se llega a descubrir insuficiente y no puede resolver los problemas que de verdad “importan”. Se intuye que pasada la frontera racional hay un espacio distinto de sentido. Ese espacio es el espacio del misterio en el cual el hombre es más bien pensado que pensador. Entonces se produce un primer paso de confianza y abandono al misterio y un segundo de ruptura racional en el cual ya no es posible interpretar racionalmente en perspectiva humana y hay que dejar que el misterio actúe de manera activa en la propia existencia.
d. Transformación de la voluntad: es el final de la oración. De la meditación emerge un nuevo estilo de voluntad. El hombre religioso busca en la oración el cambiar su voluntad y convertirse al misterio de Dios permitiendo que éste actúe en su vida y a través de ella en el mundo.
Se puede presentar también en un esquema tripartito práctico :
LA CONTEMPLACIÓN MEDITATIVA DE SAN IGNACIO
1. Preámbulo [EE 46]
1.1. Oración preparatoria
“La oración preparatoria es pedir gracia a Dios Nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad”.
1.2. Lectura atenta de un hecho evangélico (o pasaje bíblico) [EE 47]
1.3. Pedir el fruto de una buena oración [EE 48]
2. Meditación [EE 47]
2.1. Ver a las personas, como si uno estuviese allí. Ubicarse en la escena, paisaje, personaje, situación, movimientos, etc. (Composición del lugar)
2.2. Escuchar lo que dicen las personas, contemplar sus reacciones, imaginar qué diría y cómo reaccionaría el propio orante (Discurso de la mente)
2.3. Mirar qué hacen las personas, cómo reaccionarían. Meterse uno en la escena y contemplar sus propias reacciones, cómo actuaría, se comportaría: dejarse interpelar por el misterio contemplado en la propia vida (Participación cordial)
3. Conclusión [EE 50 a 54]
3.1. Hablar con las personas (Jesús, los apóstoles, María, otros personajes…)
3.2. Sacar un propósito concreto que pueda mover la voluntad (Transformación de la voluntad)
3.3. Hacer un examen acerca del transcurso de la oración (concentración, distracciones, aspectos importantes descubiertos, etc.) Se acaba rezando el Padre Nuestro.
Sánchez Nogales: José Luis: Filosofía y fenomenología de la religión. Pp.452-454
No hay comentarios:
Publicar un comentario