Aurelio García Macías
Análisis
de la liturgia actual tratando de mostrar que expresa los sentimientos de
Cristo
Sumario
1. Introducción: 1.1.
Importancia actual de la liturgia; 1.2. Itinerario eucarístico del reciente
magisterio pontificio.- 2. ¿Qué significa "ars celebrandi"?: 2.1. El
valor teológico de la belleza; 2.2. El arte de celebrar rectamente.- 3. La
teología de las rúbricas: 3.1. Algunos riesgos actuales: entre el mimetismo y
el relativismo litúrgicos; 3.2. Las rúbricas como parte de la sacramentalidad;
3.3. Las rúbricas en el "depositum fidei" de la Iglesia.- 4. El
ministerio de la presidencia litúrgica: 4.1. Ministerio de re-presentación;
4.2. En comunión con Cristo: In persona Christi Capitis; 4.3. En nombre de
la Iglesia: In nomine Ecclesiae.- 5. CONCLUSIÓN: Celebrar con los mismos
sentimientos de Jesucristo.
En un curso dedicado
al estudio y reflexión del sacramento de la Eucaristía no puede faltar el
tratamiento de su celebración desde el punto de vista litúrgico. La lógica
teológica de su celebración, el significado de los varios elementos que
componen su estructura, así como el estilo y hasta los mismos sentimientos de
quienes participan en estos sagrados misterios, contribuyen a expresar la
belleza del Misterio celebrado.
Por tal motivo, el
Papa Benedicto XVI en su Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum
Caritatis menciona, entre los elementos a cuidar en la recta celebración
del sacramento de la Eucaristía, lo que él denomina ars celebrandi; y lo
vincula con el concepto de belleza referido a toda celebración litúrgica. ¿Qué
es y qué se entiende por ars celebrandi?
En un curso dirigido
particularmente para presbíteros, que celebran la eucaristía en calidad de
presidentes de la celebración, es importante ahondar en la profundidad
litúrgica y espiritual de nuestro ministerio sacerdotal.
1. Introducción
Antes de abordar este
tema, me gustaría señalar dos matizaciones relacionadas con la reflexión
teológica del magisterio actual, que ayudan a contextualizar el tema a tratar.
1.1. Importancia
actual de la liturgia
Hace años, al leer
uno de los libros del entonces cardenal Joseph Ratzinger me llamó poderosamente
la atención el texto con el que se iniciaba el prólogo de un interesante libro
suyo: "En los inicios de la reforma litúrgica conciliar, muchos creyeron
que el tema de un modelo litúrgico adecuado era un asunto puramente pragmático,
una búsqueda de la forma de celebración más accesible al hombre de nuestro
tiempo. Hoy está claro que en la liturgia se ventilan cuestiones tan
importantes como nuestra comprensión de Dios y del mundo, nuestra relación con
Cristo, con la Iglesia y con nosotros mismos: en el campo de la liturgia nos
jugamos el destino de la fe y de la Iglesia. La cuestión litúrgica ha cobrado
hoy una relevancia que antes no podíamos prever" [1].
Ciertamente en otras
épocas históricas las cuestiones teológicas se debatían en campos tan
diferentes como la cristología, la doctrina trinitaria o sacramental. Claro
ejemplo de ello es la historia de la teología desde los comienzos de la
Iglesia, constantemente preocupada por clarificar la doble naturaleza humana y
divina de Jesucristo, o la presencia real de Jesucristo en las especies
eucarísticas cuestionadas por las desviaciones cátaras y albigenses. Resulta
sorprendente la afirmación del Cardenal Ratzinger cuando afirma que actualmente
es en el campo de la liturgia donde nos jugamos el destino de la fe y de la
Iglesia. Es una afirmación que no deberíamos desdeñar. ¿Por qué? Porque nos
está indicando el campo en el que hoy se manifiestan más evidentemente las
confusiones teológicas que padecemos. Es evidente que en la forma de celebrar
se expresa también nuestro modo de creer y, en gran manera, el contenido de la
fe. Cuando se alteran los textos o los gestos de la celebración litúrgica sin
lógica alguna y sin prestar atención a la normativa de la Iglesia, corremos el
riesgo de convertirnos en hermenéutas personales de las disposiciones
litúrgicas eclesiales. Tal actitud revela una insana autoridad para
convertirnos, por un lado, dueños de la liturgia y, por otro, correctores de
las disposiciones eclesiales. Por supuesto que la Iglesia dispone en los libros
litúrgicos la posibilidad de adaptar las celebraciones a la asamblea concreta y
según las circunstancias, pero no legitima cualquier alteración arbitraria, máxime
cuando contradice la mínima lógica de la sana Tradición cristiana.
Como presidentes de
la celebración litúrgica y, por tanto, de toda celebración eucarística, somos
garantes y custodios de la recta celebración de la liturgia en la comunidad
cristiana a nosotros confiada.
1.2. Itinerario
eucarístico del reciente magisterio pontificio
El magisterio
pontificio actual ha dedicado una gran atención a la celebración de la
eucaristía. En los últimos años del Papa Juan Pablo II se multiplicaron los
documentos y actividades en torno a este sacramento: la publicación de la
tercera edición del Misal Romano en el contexto del Gran Jubileo del año 2000,
la publicación de la última encíclica de Juan Pablo II Ecclesia de
Eucharistia (2003); la instrucción Redemptionis Sacramentum (2004)
y el documento de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos titulado Año de la Eucaristía. Sugerencias y propuestas(2004);
se convoca el Año de la Eucaristía, que inicia con el Congreso Eucarístico
Internacional en México (2004) y concluye con la Undécima Asamblea Sinodal en
Roma (2005), cuyo final es la canonización de cinco beatos distinguidos por su
piedad eucarística; la publicación de la Carta Apostólica Mane nobiscum
Domine (2005) y las numerosas Cartas del Jueves Santo a los sacerdotes,
todas ellas con marcado tono eucarístico.
El pontificado de
Benedicto XVI se inicia con la Jornada mundial de la Juventud en Colonia
(agosto 2005) de marcado tono eucarístico y la Exhortación postsinodal Sacramentum
Caritatis (2007).
Este itinerario
eucarístico del magisterio pontificio actual no es casual. Indica una
preocupación muy seria por la consideración doctrinal y la celebración
litúrgica de la eucaristía en las diversas comunidades de la Iglesia católica.
A través de estos documentos insta a la sana y recta educación de los fieles en
la celebración de este admirable sacramento.
Aprovechando la
riqueza doctrinal de la Exhortación Apostólica Sacramentum Caritatis y
algunos de los mencionados documentos, quisiera señalar y comentar varios
textos que considero referenciales para el tema que nos ocupa.
2. ¿Qué significa
"ars celebrandi"?
El Papa Benedicto
XVI, al recoger las propuestas de los padres sinodales en la Exhortación Sacramentum
caritatis, establece una relación entre el misterio creído (lex credendi) y su
celebración (lex orandi) que se manifiesta en el valor teológico y litúrgico de
la belleza. Es decir, que relaciona "el arte de celebrar" la liturgia
con la belleza inherente a la propia celebración litúrgica.
2.1. El valor
teológico de la belleza
"En efecto, la
liturgia, como también la Revelación cristiana, está vinculada intrínsecamente
con la belleza: es veritatis splendor. En la liturgia resplandece el
Misterio pascual mediante el cual Cristo mismo nos atrae hacia sí y nos llama a
la comunión
La belleza de la liturgia es parte de este misterio; es expresión eminente de
la gloria de Dios y, en cierto sentido, un asomarse del Cielo sobre la tierra.
El memorial del sacrificio redentor lleva en sí mismo los rasgos de aquel
resplandor de Jesús, del cual nos han dado testimonio Pedro, Santiago y Juan
cuando el Maestro, de camino hacia Jerusalén, quiso transfigurarse ante ellos
(cf Mc 9,2). La belleza, por tanto, no es un elemento decorativo de la acción
litúrgica; es más bien un elemento constitutivo, ya que es un atributo de Dios
mismo y de su revelación. Conscientes de todo esto, hemos de poner gran
atención para que la acción litúrgica resplandezca según su propia
naturaleza" (Sacramentum caritatis, nº 35).
La primera afirmación
es que la revelación cristiana está vinculada intrínsecamente con la belleza;
es esplendor de la Verdad, que es Dios mismo. A lo largo de toda la tradición
eclesial, la reflexión teológica ha buscado llegar hasta Dios per viam
pulchritudinis.
La Liturgia, como
momento presente de la historia de la salvación, actualiza el misterio central
de nuestra fe, el misterio pascual de Jesucristo en el hic et nunc de
la celebración litúrgica. Y esta es la auténtica y verdadera belleza de toda celebración
litúrgica. Si en la liturgia, por tanto, se hace presente el misterio de
Jesucristo, resplandece en ella la belleza del misterio de Dios, es expresión
de la gloria de Dios; porque la belleza, al ser atributo del misterio divino,
es también parte de la liturgia [2].
En la liturgia
resplandece la belleza del misterio de Jesucristo, que es misterio de comunión
con Él y con quienes están unidos a Él: nos atrae hacia sí y nos llama a la
comunión. Es un misterio que une a Cristo y al Cuerpo de Cristo entre sí. Así
se expresa en la segunda epíclesis de algunas plegarias eucarísticas,
denominada epíclesis de comunión: "Te pedimos humildemente que el Espíritu
Santo nos congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de
Cristo" (Plegaria Eucarística II). La belleza de la liturgia se
manifiesta, no sólo por el misterio creído y celebrado, sino también por el
misterio de comunión que acontece de todos los que participan con Cristo.
La segunda afirmación
es que la belleza no es un elemento decorativo de la acción litúrgica, sino un
elemento constitutivo. Ya hemos visto que la belleza es un atributo de Dios
mismo y de su revelación, y, por tanto, de la celebración de los divinos
misterios. No se trata de una mera ornamentación externa consistente en la
riqueza y acumulación de objetos artísticos, sino que el fundamento de tal
belleza es la grandeza del misterio celebrado.
Ahora bien, para
mejor proclamar la fe y glorificar a Dios en el culto divino, la Iglesia
siempre se sirvió del arte como una forma privilegiada de expresar el
sentimiento religioso. La Iglesia también necesita de la mediación de lo
sensible y visible para entrar en el mundo de lo invisible y espiritual. Esta
es la lógica del misterio de la encarnación. A través de la mediación
litúrgica, el misterio de Jesucristo continúa sacramentalmente presente en los
misterios de culto. En la celebración litúrgica, el arte adquiere un carácter
sacramental ya que hace presente aquello que representa, es decir, se convierte
en vehículo de comunión con Dios, que es la Belleza suprema. Como muy bien
afirma un autor moderno: "El arte no se limita a ser un simple ornamento
de la liturgia. La celebración de culto requiere con una necesidad que podríamos decir
estructural- de la belleza para manifestar sensiblemente, de una manera fiel y
auténtica, la verdad última de cuanto en ella acontece: la presencia de la
gloria de Dios sacramentalmente dada en comunión a los hombres. Y, por ello, en
la celebración litúrgica, el arte, asumido como elemento estructuralmente
constitutivo del código simbólico del rito, se convierte en todas sus
expresiones arquitectura,
artes plásticas, música, poesía
-,
en mediación misma para la presencia del misterio" [3].
2.2. El arte de
celebrar rectamente
"En los trabajos
sinodales se ha insistido varias veces en la necesidad de superar cualquier
posible separación entre el ars celebrandi, es decir, el arte de celebrar
rectamente, y la participación plena, activa y fructuosa de todos los fieles.
Efectivamente, el primer modo con el que se favorece la participación del
Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo.
El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa
participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las
normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo
que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los
cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio
real, nación santa (cf 1Pe 2,4-5.9)" (Sacramentum Caritatis nº 38).
No podemos entender
esta expresión al modo del ars moriendi típico de la devotio
moderna y la espiritualidad altomedieval. No se trata sólo de realizar una
serie de técnicas internas que dispongan al fiel para el recto seguimiento
mimético y subjetivo de la santa misa. Sin desdeñar la actitud interior de
devoción, se trata más bien de conocer y comprender también el sentido objetivo
de la liturgia tal como es dispuesto y custodiado por la Iglesia. Así lo
expresaba el papa Juan Pablo II en su encíclica Ecclesia de Eucaristía:
"En el contexto de este elevado sentido del misterio, se entiende cómo la
fe de la Iglesia en el Misterio eucarístico se haya expresado en la historia no
sólo mediante la exigencia de una actitud interior de devoción, sino también a
través de una serie de expresiones externas, orientadas a evocar y subrayar la
magnitud del acontecimiento que se celebra. De aquí nace el proceso que ha
llevado progresivamente a establecer una especial reglamentación de la liturgia
eucarística, en el respeto de las diversas tradiciones eclesiales legítimamente
constituidas" [4].
El Siervo de Dios
Juan Pablo II hablaba de "una serie de expresiones externas, orientadas a
evocar y subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra". Estas
expresiones externas hacen referencia a la dimensión ritual del misterio de
culto, que se ha visto perfilado y enriquecido gracias a un proceso progresivo
de reglamentación de la liturgia eucarística. Partiendo de un núcleo esencial
que se remonta a los gestos y voluntad del mismo Jesucristo, el proceso
histórico de la tradición eclesial ha ido desarrollando y enriqueciendo la
celebración litúrgica de la eucaristía, hasta el punto de existir diversas
tradiciones eclesiales legítimas. Todas ellas fundamentadas en la esencial
tradición apostólica, pero enriquecidas por los matices culturales e históricos
propios de cada tradición.
El ars
celebrandi se basa en la obediencia fiel a la liturgia, que asegura la
vida de fe de todos los creyentes de una determinada Iglesia o tradición
eclesial. Porque la liturgia es expresión de la fe de una Iglesia. Por eso la
recta celebración de la liturgia está vinculada con la recta profesión de fe de
una Iglesia o comunidad cristiana. Es importante creer lo que se celebra. Sólo
así podremos comprender y expresar la veritas liturgiae, es decir, la
verdad de la liturgia, la verdad de todos los elementos de la celebración.
Algunas veces, se
detecta una especie de esquizofrenia, que contradice la verdad de los signos de
la liturgia y subraya la artificialidad en el modo de celebrar. Por ejemplo, en
ocasiones al analizar determinados altares, descubres una ornamentación
majestuosa en el lado frontal de cara al pueblo: mármoles blancos con columnas
apoyadas en gradas, dorados de león y magníficas incrustaciones de símbolos
cristianos; bellamente adornado con manteles, flores y candelabros
Cuando uno pasa al
lado posterior mirando al presbiterio, se encuentra una cavidad hueca donde se
almacenan todo tipo de utensilios litúrgicos y no litúrgicos: megafonía,
cables, enchufes, acetre e hisopo, etc. Cuando uno ve estas cosas se pregunta:
pero
¿por qué se cuida
tanto el lado que mira al pueblo y tan poco el lado que no se ve? Si es el
mismo y único altar
¿por qué esta diferencia? El altar todo él- es el símbolo de Jesucristo.
Por eso es consagrado con el crisma el día de su dedicación, besado por sacerdotes
y diáconos cuando se celebra, e incensado en cada solemnidad. Son gestos que
tratan de significar la importancia sacramental de este espacio celebrativo
central en toda celebración eucarística, y todo él debería ser cuidado con el
mismo esmero en cada uno de sus elementos. Podríamos poner ejemplos muy
significativos en esta práctica habitual y desaconsejable.
Sin embargo, el texto
citado vincula especialmente el ars celebrandi con la actuosa
participatio de los fieles. Afirma que el arte de celebrar, no sólo no es
contrario, sino que es la mejor premisa para promover la participación
fructuosa de los fieles. El ars celebrandi es el arte de la
celebración en vistas a una participación adecuada por parte de la asamblea en
lo que se celebra. La participación activa de los fieles consiste en poner por
obra la cualidad de quienes forman la ecclesia, como pueblo elegido y
llamado por Dios a su servicio. Tanto el presidente, como los ministros y toda
la asamblea han de realizar correctamente los elementos que componen la
celebración litúrgica: gestos, palabras, cantos, actitudes, posturas.
El "arte de
celebrar" consiste en celebrar con arte, rectamente, con "noble
sencillez", -tal como proponía la Constitución Sacrosanctum Concilium-
el tesoro que la Iglesia nos ofrece en la liturgia: el misterio pascual de
Jesucristo (SC 5-6).
3. La teología de las
rúbricas
Toda esta riqueza
referida al ars clebrandi se regula y orienta a través del conjunto
de rúbricas que definen una determinada celebración. El rubrum hace
referencia a las indicaciones en rojo de los libros litúrgicos, que explican el
modo de realizar los distintos ritos, e introducen el nigrum, es decir,
los diversos textos eucológicos, que están impresos en color negro. Más allá de
un puro elemento externo -a modo de guión teatral-, en las rúbricas subyace y
se custodia fielmente el espíritu de cada celebración litúrgica.
3.1. Algunos riesgos
actuales: entre el mimetismo y el relativismo litúrgicos
El que celebra la
liturgia, sobre todo quien preside, está expuesto siempre a celebrar entre dos
riesgos extremos: el mimetismo y el relativismo.
Por mimetismo entendemos
aquel modo de celebrar obsesionado por seguir las rúbricas como un autómata,
sin percatarse del sentido y profundidad de los signos y los textos de la
celebración. En este modo de celebrar faltaría vida y sentimiento en lo que se
hace y ora. Se cumpliría con todo el ceremonial litúrgico, pero el corazón y la
mente no estarían armonizados con la voz, es decir, con lo que se recita
vocalmente y se realiza gestualmente. En este caso, no se cumpliría la
recomendación expresada en el conocido adagio de San Benito referido a la
oración litúrgica: mens concordet vocis(que la mente concuerde con la voz,
que las palabras estén en sintonía con nuestro pensamiento). A veces, motivado
por la propia comodidad, se celebra de forma cansina, rutinaria, limitándose a
lo puramente exigido, y cerrado a toda novedad, como por ejemplo, la selección
de elementos variables propuestos por los diferentes libros litúrgicos.
Por relativismo
litúrgico se entiende aquella forma de celebrar en la que predomina tal
libertad creativa que no hay referencias fijas ni estables en la celebración de
la liturgia. Lo primero a señalar en este modo de proceder es la falta de
fidelidad y obediencia a la normativa litúrgica expuesta en los libros
litúrgicos. No se tiene en consideración el valor de las normas litúrgicas. Y
lo segundo es que se tergiversa la sana creatividad litúrgica transformándola
en recreación constante de la liturgia. Este relativismo litúrgico,
generado en ocasiones por el propio presidente y muy extendido en algunas
comunidades eclesiales, genera tal desconcierto y confusión en los fieles, que
contribuye a perder la referencia católica de la liturgia, a desconocer la lex
orandi eclesial y a infravalorar el sentido de la normativa litúrgica.
Ciertamente, hemos
expuesto dos posturas extremas en su forma expresiva más exagerada. No es la
praxis habitual en la celebración litúrgica de la mayoría de las comunidades
cristianas. Sin embargo, conviene estar atento para advertir el riesgo de este
errado modo de proceder. Frente al mimetismo hay que recordar lo que aconseja
la Instrucción Redemptionis sacramentum: "La observancia de las
normas que han sido promulgadas por la autoridad de la Iglesia exige que
concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la intención del corazón.
La mera observancia externa de las normas, como resulta evidente, es contraria
a la esencia de la sagrada Liturgia, con la que Cristo quiere congregar a su
Iglesia, y con ella formar un solo cuerpo y un solo espíritu" [5].
Frente al relativismo
recuerdo el hermoso texto de la Exhortación Sacramentum caritatis:
"Por consiguiente, al subrayar la importancia del ars celebrandi, se
pone de relieve el valor de las normas litúrgicas. El ars celebrandi ha
de favorecer el sentido de lo sagrado y el uso de las formas exteriores que
educan para ello
Para un adecuado ars celebrandi es igualmente importante la atención
a todas las formas de lenguaje previstas por la liturgia: palabra y canto,
gestos y silencios, movimientos del cuerpo, colores litúrgicos de los
ornamentos. En efecto, la liturgia tiene por su naturaleza una variedad de
formas de comunicación que abarcan todo el ser humano. La sencillez de los gestos
y la sobriedad de los signos, realizados en el orden y en los tiempos
previstos, comunican y atraen más que la artificiosidad de añadiduras
inoportunas" [6].
3.2. Las rúbricas
como parte de la sacramentalidad
Jesús anuncia y
comunica su mensaje de salvación por medio de palabras y gestos. Los relatos
evangélicos que describen sus milagros no olvidan nunca describir este doble
aspecto cargado de fuerza salvadora. De tal forma que estos dos elementos la palabra y el
gesto- definen la naturaleza sacramental de los signos salvadores de
Jesucristo, prolongados por la Iglesia, por mandato del mismo Señor. La
naturaleza sacramental de la liturgia requiere la doble realidad del texto y
del gesto [7].
Para una adecuada
conjunción de ambos aspectos se requiere la ayuda y orientación de las
rúbricas, que son un elemento esencial de la tradición de la Iglesia. Porque,
no olvidemos, la fe se transmite no sólo por la palabra, bien sea oral u
escrita, sino también por los ritos litúrgicos. Desde aquel famoso axioma de
Próspero de Aquitania, la lex orandi se comprende como lex
credendi; es decir, la oración litúrgica define e interpreta también la fe de
una determinada Iglesia o tradición eclesial.
3.3. Las rúbricas en
el "depositum fidei" de la Iglesia
Las rúbricas forman
parte de la naturaleza sacramental de la liturgia, indicando el modo de
proceder en la celebración de la fe, para que no se altere el depositum
fidei de la tradición eclesial.
En este rico
patrimonio de la fe de una tradición eclesial hay aspectos sustanciales que han
de permanecer inalterados por respeto a la voluntad del Señor, tal como fue
transmitido por la primigenia tradición apostólica. Sin embargo, hay otros
aspectos que podríamos denominar secundarios, en el sentido de que han sido
enriquecidos posteriormente por la Iglesia dependiendo del tiempo, la cultura o
las circunstancias históricas. Así lo expone la Constitución Sacrosanctum
Concilium cuando al regular las normas para adaptar la liturgia a la
mentalidad y tradición de los pueblos invita a la revisión de los libros
litúrgicos "salvada la unidad sustancial del rito romano" (SC 37). Es
decir, se admiten las variaciones y adaptaciones legítimas a diversos grupos,
regiones, pueblos y culturas siempre que no se altere la sana tradición de la
fe apostólica, transmitida también por los ritos litúrgicos.
Este principio
teórico tiene su aplicación práctica al conjunto rubrical de la liturgia. Hay
disposiciones rubricales esenciales para la naturaleza de un rito litúrgico.
Por ejemplo, en algunos lugares, todavía se sigue cuestionando la materia del
pan y del vino para las especies eucarísticas. Sin embargo, la Iglesia,
consciente de que no tiene poder para alterar la voluntad del mismo Señor,
sigue manteniendo la materia del pan y del vino como esenciales para la
celebración de la eucaristía. Porque al celebrar la eucaristía se cumple el
mandato de hacer y actualizar lo mismo que hizo el Señor; y el Señor utilizó
las especies del pan y del vino. ¡Claro que podía haber utilizado otros signos
y otros elementos! Pero, lo cierto es que utilizó pan y vino; y la Iglesia lo
único que puede hacer es celebrar y transmitir lo que recibió del Señor por
tradición apostólica. La Iglesia no tiene poder para alterar la eucaristía.
Porque la eucaristía no ha sido instituida por la Iglesia, sino por Cristo.
Entre los elementos
secundarios podríamos poner, como ejemplo, el color litúrgico. No hay
disposiciones normativas referentes a los colores de la liturgia hasta después
del Concilio de Trento. Hasta entonces, cada tradición eclesial desarrollaba
una praxis diferente. En la tradición romana se usa el negro (o posteriormente
el morado) para las celebraciones exequiales; mientras que en la tradición
bizantina es el rojo.
Es importante
advertir que tras algunas de las rúbricas actuales hay disposiciones
conciliares de los numerosos concilios de la Iglesia. Y todas ellas tratan de
salvaguardar, a veces en signos y palabras minúsculos, algún aspecto o verdad
de la fe.
Todo esto nos ayuda a
valorar las diversas formas de lenguaje en la liturgia: palabra y canto, gestos
y silencios, movimiento del cuerpo y colores litúrgicos, etc. Esta variada
comunicación de la liturgia está dirigida a la totalidad del ser humano y
atiende a sus cinco sentidos para comunicar el misterio con todas sus
posibilidades. El código rubrical trata de preservar la recta celebración de la
liturgia y la atención a todas sus particularidades; de modo que la
desobediencia a este aspecto ritual puede alterar también la fe de una
comunidad concreta. Porque la celebración de la liturgia forma o deforma la
vida de una comunidad cristiana. La recta celebración litúrgica educa a una
asamblea; mientras que la mala celebración de la liturgia confunde, no sólo en
el aspecto externo del ritual, sino que probablemente también en la recta
comprensión del misterio de fe que se celebra.
Como afirmaba la
Exhortación Sacramentum caritatis al hablar de la eucaristía, pero
que puede extenderse también a toda la liturgia: "La atención y la
obediencia de la estructura propia del ritual, a la vez que manifiestan el
reconocimiento del carácter de la Eucaristía como don, expresan la disposición
del ministro para acoger con dócil gratitud dicho don inefable" [8].
Es importante esta
última apreciación. La liturgia es un don que nos ofrece la Iglesia para
actualizar el misterio redentor de Jesucristo y comunicar la salvación a todos
los que participan en ella. La actitud de los ministros y fieles ante este don
debería ser la acogida con gratitud y docilidad: Gratitud por el don inefable
que la Iglesia pone en nuestras manos; y docilidad como actitud del que es
humilde, fiel y se reconoce pequeño ante la grandeza del Misterio que celebra.
4. El ministerio de
la presidencia litúrgica
Por tratarse de una
reunión de presbíteros quisiera hacer unas breves indicaciones sobre el
ministerio de la presidencia litúrgica. Al tratar del arte de celebrar
rectamente la liturgia no podemos obviar el papel central del presidente de la
celebración y su significado teológico para él mismo y el resto de fieles de la
asamblea. De tal forma que podríamos hablar también de un ars praesidendi.
La Ordenación General
del Misal Romano señala que "el Pueblo de Dios es convocado para celebrar
bajo la presidencia
del sacerdote, que actúa en la persona de Cristo" (OGMR 27). Presidir
la celebración litúrgica es un don concedido al ministro por medio del
sacramento del Orden. Así lo indicaba el Papa Juan Pablo II al referirse a
quien preside la eucaristía, pero que puede extenderse también a quien preside
toda celebración litúrgica: "La asamblea que se reúne para celebrar la
Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente asamblea eucarística,
un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está
capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es un don que
recibe a través de la sucesión episcopal que se remonta a los Apóstoles"
[9].
El ministerio de la
presidencia litúrgica es un elemento constitutivo de la teología católica del
ministerio ordenado. Presidir (prae-sedere) significa sentarse delante de,
y corresponde al término griego "pro-estos", usado por san Justino en
su Apología I para designar al que preside la celebración eucarística. La
tradición litúrgica, al tratar del ministerio de la presidencia, lo ha
vinculado generalmente a la eucaristía, a la presidencia eucarística [10].
Sin embargo, no
podemos reducir la presidencia litúrgica a exclusiva presidencia eucarística,
porque implica también a las demás celebraciones litúrgicas de la Iglesia:
sacramentos, sacramentales y Liturgia de las Horas.
En la celebración
litúrgica sólo uno es quien preside, haciendo las veces de Cristo. La
presidencia litúrgica atañe al obispo, presbítero y también al diácono en
algunas celebraciones no sacerdotales. Si está presente el obispo es quien
preside las celebraciones de toda comunidad eclesial, porque garantiza la
sucesión apostólica en la Iglesia local y la comunión eclesial con las demás
Iglesias, y además significa el principio de unidad y comunión de ministerios y
carismas en la Iglesia diocesana. El es el primer liturgo que preside toda
celebración legítima, bien sea personalmente, o por medio de sus necesarios
colaboradores, los presbíteros [11].
En la tradición católica,
sobre todo después de Trento, el sacerdote era contemplado como el único
"celebrante"; sin embargo la teología actual subraya la misión de
presidente de la comunidad que celebra [12].
También los diáconos
pueden presidir algunas celebraciones: bautismo, bendición de matrimonio,
exequias, liturgia de las horas, etc. El término presidir se reserva
para definir el ministerio propio de quienes han recibido el sacramento del
Orden: "Por la Ordenación sagrada se confiere a los presbíteros aquel
sacramento que, mediante la unción del Espíritu Santo, marca a los sacerdotes
con un carácter especial. Así están identificados con Cristo Sacerdote, de tal
manera que pueden actuar como representantes de Cristo Cabeza" (PO 2). Es
interesante esta afirmación para el cometido de nuestra exposición. En la
ordenación se invoca el Espíritu Santo para que sea Él quien capacite al
candidato con un carácter especial, que le permita configurarse y representar a
Cristo Maestro, Sacerdote, Pastor y Cabeza de la Iglesia.
4.1. Ministerio de
re-presentación
En los libros
litúrgicos encontramos expresiones que definen al presidente de la celebración
como un ministro, especialmente hablando del obispo y del presbítero, que
ejerce un ministerio de representación. Al designar al presbítero como un
ministro de Cristo se retoma la conocida expresión paulina, tan apreciada por
la tradición litúrgica: "ministro de Cristo y dispensador de los misterios
de Dios" (1 Cor 4,1). El término latino minister denomina a
quien realiza un ministerium; y procede de minus, que se traduce por
el menor, el que es menos, el servidor. En contraposición a magister, que
denomina a quien ejerce un magisterium; y procede de magis, que
significa el mayor, el que es más, el superior o el maestro. La tradición
litúrgica ha privilegiado los términos minister y ministerium para
aplicarlos a las personas que realizaban un servicio litúrgico en la Iglesia.
Por tanto, el presbítero es considerado un servidor de Jesucristo. Y su
ministerio prolonga la misma misión de Jesucristo, encomendada a los Apóstoles,
continuada por los Obispos y, en colaboración necesaria con ellos, realizada
también por los presbíteros (LG 28).
La ordenación
presbiteral configura al candidato con Cristo para vivir en comunión con Él. La
expresión "configuración con Cristo" es una expresión muy querida y
usada por el magisterio eclesiástico actual. Considero oportuna e interesante
la reflexión del teólogo Max Thurian en su libro "La identidad del
sacerdote" en la que expone de forma magistral la afirmación desarrollada
por el Concilio Vaticano II en la que se afirma que el sacramento del
Orden configura al sacerdote con la persona de Cristo Profeta,
sacerdote y Pastor; por eso participa en la función profética,
sacerdotal y pastoral de Cristo y obra, por tanto, in persona Christi, en
nombre de Cristo, como embajador de Cristo, como si Dios hablara y actuara por
medio de él (2 Cor 5,20); y además representa a Cristo, Cabeza y
Pastor de la Iglesia; se sitúa, por tanto, en la Iglesia y ante la Iglesia. No
es un simple representante de la Iglesia en el mundo, sino el representante de
Cristo ante la Iglesia. El sacerdocio, junto con la palabra de Dios y los
signos sacramentales, a cuyo servicio está, pertenece a los elementos
constitutivos de la Iglesia (PDV 21) [13].
Es interesante
detenerse en esta última afirmación. El presbítero es considerado un ministro
de Cristo, que ejerce el ministerio de la representación sacramental de
Jesucristo en favor del pueblo de Dios. La misión o ministerio de
"representación" propio del ministerio sacerdotal es necesario y
constitutivo de la celebración litúrgica. Los documentos eclesiales hablan del
presidente de la celebración litúrgica en términos de "representación"
o "personificación" de Cristo. "No hace las veces de Cristo o lo
representa como si éste estuviese ausente; es más bien el signo de Cristo
presente y operante por sí mismo" [14]. Se convierte en signo sacramental
de Cristo presente [15]. ¿Por qué? Por el don del Espíritu Santo recibido en la
ordenación que le ha configurado para actuar "in persona Christi Capitis
et in nomine Ecclesiae". Es decir, que para comprender el significado de
la presidencia litúrgica como ministerio de representación, es preciso tener en
cuenta una doble realidad: Por un lado, a Cristo, verdadero y único Sacerdote
mediador entre Dios y su pueblo; por otro lado, la Iglesia, congregada en
asamblea litúrgica para celebrar los sagrados misterios [16].
4.2. En comunión con
Cristo: In persona Christi Capitis
Esta expresión es una
fórmula técnica usada por Santo Tomás de Aquino y asumida a partir de entonces
por la teología posterior. Según el Doctor Angélico, apoyándose en la teología
paulina, los sacerdotes son embajadores de Cristo; por eso, sus palabras son
pronunciadas con la misma eficacia que las palabras de Cristo. Este es el
fundamento de la naturaleza sacramental del sacerdocio cristiano vinculado, por
el sacramento del orden, a la persona del sacerdote [17].
El Concilio de Trento
en su 22ª sesión celebrada el 17 de septiembre de 1562 trató de la relación
entre el sacrificio de la misa y el ministro que lo celebra. Afirma que hay un
único sacrificio ofrecido por Cristo en la cruz, que se actualiza en la
eucaristía; de tal forma que el que se ofreció a sí mismo en la cruz, se ofrece
ahora por el ministerio de los sacerdotes [18]. Esta es la doctrina clásica que
perdurará en la teología católica hasta el Concilio Vaticano II [19].
La Constitución Sacrosanctum
Concilium nº 7 afirma que Cristo está presente en la persona del ministro
que preside la celebración litúrgica; y Presbyterorum Ordinis nº 2
declara que los presbíteros están identificados con Cristo Sacerdote, de tal
manera que pueden actuar como representantes de Cristo Cabeza. La doctrina
conciliar recuerda que Cristo ha querido servirse de la mediación de los
ministros para realizar su obra santificadora. Él es el verdadero sacerdote de
toda celebración. Y ha querido visibilizar su acción salvadora por el
ministerio de quienes han recibido una configuración especial con Él en el
sacramento del Orden. Él es quien bautiza; Él es quien perdona, etc. a través
del ministerio sacerdotal. Por tanto, el presidente de la celebración litúrgica
es signo sacramental de Jesucristo [20]; es definido como "vicem gerens
Christi", "personam Chisti gerens" [21] que "preside la
asamblea representando a Cristo" [22], "haciendo las veces de Cristo"
[23], "ocupando el lugar de Cristo" [24], "personificando a
Cristo" [25] ante la asamblea litúrgica. No se trata de ser "otro
Cristo" o, como ya hemos indicado, sustituir a Cristo, como si éste
estuviera ausente y el presbítero fuera representante en su ausencia; sino que
es su mediación sacramental: Los presbíteros son, en la Iglesia y para la
Iglesia, una representación sacramental de Jesucristo" (PDV 15). El
presbítero no habla ni actúa a título personal; habla y actúa "in persona
Christi", por eso está capacitado para ser presidente de la celebración
litúrgica [26]. Puede ser signo eficaz de la presencia de Cristo porque está
capacitado por el Espíritu Santo para realizar lo mismo que Jesús hizo y
encargó a sus discípulos que hicieran en memoria de él [27].
Recuerdo la
explicación que daba el Papa Juan Pablo II en su Carta Apostólica "Ecclesia
de Eucaristia" sobre el contenido de estas palabras:
"La expresión,
usada repetidamente por el Concilio Vaticano II, según la cual el sacerdote
ordenado "realiza como representante de Cristo el Sacrificio
eucarístico", estaba ya bien arraigada en la enseñanza pontificia. Como he
tenido ocasión de aclarar en otra ocasión, in persona Christi "quiere
decir más que "en nombre", o también, "en vez" de Cristo.
In "persona": es decir, en la identificación específica, sacramental
con el "sumo y eterno Sacerdote", que es el autor y el sujeto principal
de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por
nadie". El ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del
Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la
Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de
la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la
consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena. La
asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para
que sea realmente asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida.
Por otra parte, la comunidad no está capacitada para darse por sí sola el
ministro ordenado. Éste es un don que recibe a través de la sucesión episcopal
que se remonta a los Apóstoles. Es el Obispo quien establece un nuevo
presbítero, mediante el sacramento del Orden, otorgándole el poder de consagrar
la Eucaristía [28].
Considero oportuno
apuntar algunas acciones y gestos litúrgicos que expresan en el marco de la liturgia
el contenido de estas notas teológicas.
- Hemos de advertir,
ante todo, que el presidente es uno, porque uno solo es Cristo; por tanto, la
presidencia litúrgica es única: Un solo y único sacerdote debe ejercer siempre
el ministerio presidencial de la Misa [29]. Este ministerio de representación
sacramental de la persona de Cristo realizado por un solo sacerdote en la
celebración litúrgica no impide la concelebración de los demás sacerdotes, que
comparten y participan también del mismo sacerdocio de Jesucristo, por el
sacramento del Orden. Aunque todos los sacerdotes participan sacramentalmente
del mismo sacerdocio de Jesucristo, uno sólo es quien ejerce el ministerio de
su representación sacramental en la presidencia litúrgica. La presidencia es única.
Sin embargo, la participación de otros sacerdotes concelebrantes unidos al
presidente manifiesta visiblemente la unidad del mismo sacerdocio de Jesucristo
compartido sacramentalmente por cada uno de ellos.
- Quien preside en
nombre de Cristo saluda a la asamblea congregada al inicio de toda celebración
litúrgica para garantizar que se trata de una asamblea reunida en el nombre del
Señor. No se trata de un grupo cualquiera reunido por cualquier motivo. Se
trata de una asamblea litúrgica presidida en el nombre del Señor Jesús. El
presidente de la celebración ayuda con su ministerio a promover y formar la
asamblea litúrgica como signo local de la presencia del Señor: "Donde dos
o más estén reunidos en mi nombre allí estoy yo en medio de ellos" (Mt
18,20).
"El sacerdote,
por medio del saludo, manifiesta a la asamblea reunida la presencia del Señor.
Con este saludo y con la respuesta del pueblo queda de manifiesto el misterio
de la Iglesia congregada" (OGMR 50).
El ejercicio de la
presidencia litúrgica no se funda en una jerarquía de rangos y dignidades en la
comunidad eclesial, como tampoco en la capacitación de una habilidad
profesional o en la necesidad de distribuir las tareas de la comunidad. Estos
elementos son interesantes, pero no determinantes. El motivo por el que cada
celebración litúrgica está presidida reside en el hecho de que una asamblea
celebrante no puede existir como tal si no es convocada y reunida en el nombre
de Cristo. El presbítero, configurado a Cristo, Cabeza y Pastor por el
sacramento del Orden, ejerce el servicio de la "re-presentación" de
Jesucristo ante la asamblea litúrgica y actúa como ministro suyo. El ministerio
de la presidencia litúrgica manifiesta claramente que quien convoca, reúne y
anima la Iglesia es Cristo (LG 10).
- Otro signo referido
a la presidencia litúrgica del presbítero es la Sede, que debe significar el
oficio de presidir la asamblea y dirigir la oración" (IGMR 310). La
sistematización del espacio litúrgico ha de expresar que la sede es el lugar de
la presidencia litúrgica, es decir, el lugar desde el cual el presidente saluda
a la asamblea, dirige a Dios la oración colecta, escucha la Palabra, hace la
homilía, inicia y termina la oración universal, hace la bendición final y
despide a la asamblea. La sede ha de ser única, en posición preeminente sin que
asuma la solemnidad de un trono, de cara al pueblo y no demasiado distante,
para que exprese mejor la presencia y cercanía de Cristo, representado por el
presidente. No debe retirarse después de la celebración, sino que permanece
como recordatorio permanente de la naturaleza eclesial de la comunidad.
La sede más
significativa es la Cátedra del Obispo en su Iglesia catedral, que ha de estar
vacía cuando no la ocupe su titular.
- Algunas expresiones
litúrgicas también reflejan la presencia de Cristo en el presidente de la
celebración litúrgica, especialmente en algunos momentos que habla en primera
persona. El ejemplo más claro son las palabras de la consagración eucarística.
El presbítero dice: "Esto es mi Cuerpo
mi Sangre
en conmemoración mía
" [30]. ¿A quien
se refieren estos posesivos? ¿Al presbítero? ¡No! A Cristo. Sin embargo, el
presbítero, que hace presente a Cristo y ocupa el lugar que ocupó un día
Cristo, le presta su voz y toda su persona para que pueda continuar
actualizando el misterio de la salvación.
De igual modo el
saludo "El Señor esté con vosotros" o el envío litúrgico al final de
las celebraciones "Podéis ir en paz" hace referencia a Cristo,
presente sacramentalmente en el ministro que preside. El presbítero no se
saluda ni se envía a sí mismo. Es Cristo por medio del ministro que preside.
- El lenguaje
simbólico y pedagógico de los vestidos litúrgicos, amén de subrayar el carácter
festivo de la acción sagrada, ayuda también a significar visiblemente el
ministerio de la presidencia litúrgica. Carácter festivo de la acción sagrada:
"la diversidad de funciones en la celebración se manifiesta exteriormente
por la diversidad de las vestiduras sagradas que, por consiguiente, deben
constituir un distintivo propio del oficio que desempeña cada ministro"
(IGMR 335); "Los vestidos son, además, un recordatorio continuado para
todos, también para el mismo presidente, de que lo que celebran no es algo
profano, sino sagrado, y que el ministro no actúa en nombre y por iniciativa
propia, sino como el ministro puesto por la Iglesia para servir a la comunidad en
su acción sacramental, representando a Cristo" [31].
Todo esto tiene
aplicación al celebrante principal de la concelebración. "Aunque todos los
participantes actúan en la persona de Cristo en virtud del sacramento del Orden
que ha hecho de cada uno de ellos un signo vivo e instrumento de Cristo Buen
Pastor y Cabeza de la Iglesia, sin embargo, el ministerio de presidir y animar
la celebración desde esta función concreta, corresponde tan sólo al celebrante
principal. El que preside siempre lleva la casulla, aunque puedan usarla
también los demás sacerdotes concelebrantes [32].
Si toda la
celebración litúrgica, a diferencia de los ejercicios piadosos, es obra de
Jesucristo y de la Iglesia, y una de las características esenciales de toda
celebración litúrgica es que debe ser presidida por el ministro legítimamente
capacitado para ello, hemos de concluir que quien preside toda celebración
litúrgica representa a Jesucristo en el ejercicio continuado de su obra
redentora. Representa sacramentalmente a Cristo en la presidencia de toda
celebración litúrgica y Cristo está presente sacramentalmente en el ministro
que preside toda celebración litúrgica.
4.3. En nombre de la
Iglesia: In nomine Ecclesiae
Precisamente porque
representa a Cristo Cabeza, el presidente de la celebración litúrgica está
llamado a representar a su Cuerpo: la Iglesia. Se complementan mutuamente el
ministro que preside, signo de Cristo, y la asamblea litúrgica, signo de la
Iglesia. El presbítero, por tanto, visibiliza sacramentalmente la presencia de
Cristo, Cabeza de la comunidad, y actúa sacramentalmente también en nombre de
todo el Pueblo santo, en nombre y representación de la Iglesia [33].
Ya hemos indicado que
la asamblea litúrgica es el primer signo o "sacramento" de la
presencia de Cristo en su Iglesia (Mt 18,20). El presbítero "hace las
veces de Cristo" encarnado en el seno de la Iglesia. Es miembro de la
comunidad eclesial y ejerce una misión sacramental recibida en ella. Por la
ordenación sacramental, el presbítero representa a la Iglesia, habla y actúa en
su nombre "in
nomine Ecclesiae". No actúa aislado sino unido a la comunidad eclesial y
para su edificación. Su condición pastoral le hace estar pendiente del cuidado
y guía del pueblo a él confiado ("caridad pastoral"); su condición
profética le urge a anunciar el Evangelio entre los suyos y custodiar la
enseñanza de la Iglesia; su condición sacerdotal le capacita para representar a
su pueblo en la oración y el sacrificio ofrecidos al Padre. El presidente de la
celebración litúrgica ejerce el ministerio de representar al pueblo que preside
y actúa in persona omnium, como gustaba decir a santo Tomás de Aquino, o in
nomine Ecclesiae, como se expresa la teología actual.
No es una simple
delegación jurídica de la comunidad eclesial, es una configuración sacramental
a Cristo, por el Espíritu Santo recibido en el sacramento del Orden, y una
capacitación sacramental para representar a su Cuerpo, la Iglesia, en la
liturgia. La asamblea litúrgica no alcanza su plenitud expresiva sin la
presencia del ministro ordenado, que hace las veces de Cristo y la constituye
en signo manifestativo de la Iglesia (LG 26, SC 41-42, PO 5). Por eso, quien
representa sacramentalmente a Cristo ha de realizar lo que quiso Cristo,
conforme a su libre y divina voluntad. Quién está puesto al servicio de su
Iglesia, ha de realizar lo que quiere la Iglesia. Es una intención evidente e
imprescindible en todo presidente litúrgico.
Esta doble
comprensión teológica de la presidencia litúrgica se expresa ritualmente en la
celebración litúrgica a través de gestos y palabras del propio sacerdote [34].
- La oración del
presbítero en la liturgia tiene una clara nota eclesial, aunque no anula su
oración propia y personal. El sacerdote pronuncia algunas veces oraciones a
título personal, para poder cumplir su ministerio con mayor atención y piedad.
Estas oraciones, que se proponen antes de la lectura del evangelio, en la
preparación de los dones y antes y después de la comunión del sacerdote, se
dicen en secreto" (OGMR 33). Sin embargo, predomina su oración
presidencial en nombre de la Iglesia y de la comunidad reunida [35].
La naturaleza de las
oraciones presidenciales, especialmente la plegaria eucarística, exigen la objetividad
del texto aprobado por la Iglesia, con su formulación y estructura propias. En
la liturgia, el presidente ora como miembro de la asamblea, en nombre de ella y
lo que ella quiere decir a Dios. Y la asamblea asiente con su actitud e
intervenciones a la oración del que preside.
- Otro aspecto en el
que ha de mostrar el presidente que celebra en nombre de la Iglesia se expresa
en la homilía. Partiendo de los textos bíblicos proclamados en la Liturgia de
la Palabra y escuchados por la asamblea, relaciona su contenido con el
sacramento que se celebra e ilumina la vida de los fieles. El pueblo cristiano
no busca la opinión particular del presidente sobre determinados textos
bíblicos, sino la interpretación oficial y fiel de la Iglesia. Por tanto, la
homilía como parte de la celebración litúrgica, no puede ser un mero pretexto
para hablar en la Iglesia; sino un medio precioso para educar a los fieles en
comunión de fe con la Iglesia. El presidente ha de ser consciente que la
homilía es un servicio que presta al pueblo de Dios in nomine Ecclesiae.
- El presbítero que
preside la liturgia celebra en comunión con la Iglesia diocesana y universal.
Es significativo que en la Plegaria eucarística se mencione al Papa y al
Obispo. Al mencionar al Papa, manifestamos nuestra comunión con quien preside
en la caridad las Iglesias en comunión con la Iglesia de Roma. Al mencionar al
Obispo de la diócesis, manifestamos nuestra comunión con las comunidades
cristianas confiadas a su ministerio pastoral. El presbítero, que preside una
celebración litúrgica unido al Papa y al Obispo, se convierte en vínculo de
comunión entre la asamblea litúrgica que preside y la catolicidad de la
Iglesia: "El Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la
que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal. El
obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es
presidida por un presbítero; el nombre del obispo se pronuncia en ella para
significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio y
con la asistencia de los diáconos" (CCE 1369). La mención del Papa y del
Obispo es signo de comunión con la Iglesia universal y con la propia Diócesis,
garantizada por el ministerio de la presidencia litúrgica in nomine Ecclesiae
[36]. La presidencia litúrgica es un ministerio que garantiza la comunión
eclesial.
Por eso, el
presidente debe sentirse unido a la comunidad que preside. Es miembro de ella y
realiza este ministerio sacramental dentro de ella. Por estar en comunión con
la Iglesia ha de ser fiel a la voluntad de la Iglesia, también respetando los
aspectos normativos de la liturgia. No actúa por gustos personales, sino como
servidor de la Iglesia. Sin mermar la libertad y creatividad permitidas,
"recuerde que él se halla al servicio de la sagrada liturgia y no le es
lícito añadir, quitar, ni cambiar nada según su propio gusto en la celebración
de la Misa" (IGMR 24). Por tanto, quien representa a la Iglesia ha de ser
fiel a la Iglesia y estar en comunión con ella.
5. CONCLUSIÓN: Celebrar
con los mismos sentimientos de Jesucristo
El arte de celebrar (lex
orandi) expresa una experiencia y convicción de fe (lex credendi), que se
manifiesta también en una actitud y comportamiento de vida en el cristiano (lex
vivendi). No es un juego de palabras. La liturgia no puede reducirse a mera
artificiosidad ceremonial externa, aunque esté muy armónicamente ejecutada.
Este es un elemento importante, pero no determinante.
El ars
celebrandi, como aspecto esencial de la belleza de la liturgia, busca no sólo
el arte de celebrar bien y rectamente, sino que está también íntimamente
relacionado con nuestra vida de fe y nuestra vida teologal. La liturgia
presupone vivir en el corazón lo que expresamos en nuestras palabras y gestos.
La celebración del misterio (externa) expresa nuestra experiencia creyente
(interna). El ideal de toda liturgia es claro: quien celebra ha de vivir lo que
celebra como lo vivió Cristo, con los mismos sentimientos de Jesucristo. Así lo
expresa un interesante texto del magisterio pontificio, ya citado
anteriormente, pero que convendría meditar con frecuencia para mejorar la
calidad y el espíritu de nuestras celebraciones litúrgicas: "La
observancia de las normas que han sido promulgadas por la autoridad de la
Iglesia exige que concuerden la mente y la voz, las acciones externas y la
intención del corazón
Por esto la acción externa debe estar iluminada por la fe y la caridad, que nos
unen con Cristo y los unos a los otros, y suscitan en nosotros la caridad hacia
los pobres y los necesitados. Las palabras y los ritos litúrgicos son expresión
fiel, madurada a lo largo de los siglos, de los sentimientos de Cristo y nos
enseñan a tener los mismos sentimientos que él; conformando nuestra mente con
sus palabras, elevamos al Señor nuestro corazón. Cuanto se dice en esta
instrucción, intenta conducir a esta conformación de nuestros sentimientos con
los sentimientos de Cristo, expresados en las palabras y ritos de la
Liturgia" [37].
Notas
[1] J.
RATZINGER, Un canto nuevo para el Señor. La fe en Jesucristo y la liturgia
hoy, Salamanca 1999.
[2] Muy interesante
la reflexión sobre el fundamento de la belleza en la liturgia de P. MARINI,
Liturgia y Belleza. Nobilis pulchritudo, Bilbao 2005, 77-82.
[3] J. L.
GUTIÉRREZ-MARTÍN, Belleza y misterio. La liturgia, vida de la Iglesia, Pamplona
2006, 159.
[4] JUAN PABLO
II, Ecclesia de Eucaristia. La Iglesia vive de la Eucaristía, Madrid 2003
nº 49.
[5] CONGREGACIÓN PARA
EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instrucción Redemptionis
Sacramentum, nº 5.
[6] Sacramentum
caritatis n 40.
[7] Ver J. L.
GUTIERREZ-MARTÍN, Belleza y misterio. La liturgia, vida de la Iglesia, Pamplona
2006, 119-124.
[8] Sacramentum
caritatis nº 40.
[9] JUAN PABLO II,
Carta encíclica Ecclesia de Eucharistía (=Ecclesia de Eucharistia),
Madrid 2003, nº 29.
[10] SECRETARIADO
NACIONAL DE LITURGIA, Directorio litúrgico-pastoral "El presidente de la
celebración", Madrid 1988, nº 1: "La presidencia de la
Eucaristía en la persona de Cristo es el más noble y gozoso de los
ministerios que se le han confiado al presbítero. La Eucaristía es, en efecto,
la fuente y la culminación de la acción evangelizadora y el centro de toda la
asamblea de los fieles que preside el presbítero (cf. PO 5; SC 10; LG
11)".
[11] "El obispo
debe ser considerado como el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y
depende en cierto modo la vida en Cristo de sus fieles. Por eso, es necesario
que todos concedan gran importancia a la vida litúrgica de la diócesis en torno
al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal
manifestación de la Iglesia tiene lugar en la participación plena y activa de
todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas,
especialmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto a un único
altar, que el obispo preside rodeado por un presbiterio y sus ministros"
(SC 41). "Los obispos son los principales dispensadores de los misterios
de Dios y los moderadores, promotores y responsables de toda la vida litúrgica"
(CD 15). "Toda celebración eucarística legítima es dirigida por el obispo,
ya personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores
esto no se hace para
aumentar la solemnidad exterior del rito, sino para significar de una manera más
clara el misterio de la Iglesia, sacramento de unidad" (IGMR 92). Ver
también: IGMR 92.
[12] SECRETARIADO DE
LA COMISIÓN EPISCOPAL DE LITURGIA, El presidente de la celebración
eucarística. Directorio litúrgico-pastoral (=Directorio), Madrid, 2004, nº
1.
[13] M. THURIAN, La
identidad del Sacerdote, Madrid 1996, 82-85.
[14] J. CASTELLANO,
"La presencia de Cristo en la Asamblea Litúrgica" en Revista de
Espiritualidad30 (1971) 232, citando a K. RAHNER, "De praesentia Domini in
communitate cultus: síntesis theologica" en A. SCHÖNMETZER (ed.), Acta
Congressus internationalis de theologia Cancilii Vaticani II. Romae diebus 26
septembris
I octobris 1966 celebrati, Roma, 1968, p.335. Abunda en esta idea: G. GRESHAKE,
Ser sacerdote. Teología y espiritualidad del ministerio sacerdotal, Salamanca
1995, 70-80.
[15] Sobre el sentido
sacramental del ministerio ordenado ver P. FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ, Sacramento del
orden. Estudio teológico. Vida y santidad del sacerdote ordenado, Salamanca
2007, 175-179.
[16] Es interesante
la perspectiva histórica de ambos aspectos en B.-D. MARLINGEAS, Clés pour une
théologie du ministère. In persona Christi. In persona Ecclesiae, París
1978; teológica de S. DEL CURA ELENA, "In persona Christi-In persona
Ecclesiae", en PROFESORES DE LA FACULTAD DE TEOLOGÍA DE BURGOS (dir.),
Diccionario del sacerdocio, Madrid 2005, 348-356; o la perspectiva espiritual
de J. LÓPEZ MARTÍN, "Espiritualidad litúrgica del sacerdote", en
COMISIÓN EPISCOPAL DEL CLERO, Espiritualidad sacerdotal. Congreso, Madrid 1989,
351-366.
[17] A.-G. MARTIMORT,
"El valor de una fórmula teológica: "In persona Christi" en
Phase 18 (1978) 305-306. Interesante la afirmación de H. DE LUBAC en su
libro Meditación sobre la Iglesia, Madrid 1988, p. 119: "en el
momento crucial, el sacerdote obra por la virtud de Cristo o, sirviéndonos de
las fórmulas macizas de Santo Tomás, él ora y ofrece "in persona
omnium"; pero consagra "in persona Christi".
[18] H. DENZINGER-A.
SCHÖNMETZER, Enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de rebus
fidei et morum (=DS), Roma 1976, nº 1743.
[19] Por ejemplo: LG
28, SC 33, PO 2, 12.
[20] "Este
sacerdocio es ministerial. Está enteramente referido a Cristo y a los hombres.
Depende totalmente de Cristo y de su sacerdocio único, y fue instituido a favor
de los hombres y de la comunidad de la Iglesia. El sacramento del orden
comunica un poder sagrado, que no es otro que el de Cristo" (CCE 1551).
[21] A.-G. MARTIMORT,
"El valor de una fórmula teológica: "In persona Christi" en
Phase 18 (1978) 303-312.
[22] "Más aún,
las oraciones que dirige a Dios el sacerdote que preside la asamblea representando
a Cristo- se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los
circunstantes (SC 33).
[23] "El
presbítero, que en la congregación de los fieles, en virtud de la potestad
sagrada del Orden, puede ofrecer el sacrificio, haciendo las veces de
Cristo, preside también la asamblea congregada, dirige su oración, le anuncia
el mensaje de salvación, se asocia al pueblo en la ofrenda del sacrificio por
Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre, da a sus hermanos el pan de la vida
eterna y participa del mismo con ellos" (OGMR nº 60)
[24] "Sólo el
sacerdote, porque ocupa el lugar de Cristo, consagra el pan y el
vino". SAGRADA CONGREGACIÓN DE RITOS Y CONSILIUM, Instrucción Eucharisticum
mysterium (=EM) nº 12, en A. PARDO, Documentación litúrgica. Nuevo
Enchiridion. De san Pío X (1903) a Benedicto XVI, Burgos 2006, p.238.
[25] "Como
ministros sagrados, sobre todo en el sacrificio de la misa..., personifican a
Cristo" (EM 43; PO 13; LG 28).
[26] Y. CONGAR,
"Structure du sacerdoce chrétien" en LMD 27 (1951) 75, citado
por H. DE LUBAC, Meditación sobre la Iglesia, Madrid 1988, p. 118:
"Pero las acciones propiamente sacramentales de la liturgia y
particularmente en la consagración de los dones eucarísticos, el sacerdote
celebra ante todo el culto del Señor, y es, sobre todo y principalmente,
el ministro y representante sacramental de Jesucristo. El sacerdote, dice
la teología, celebra "in persona Christi". Ver también: A.-G.
MARTIMORT, "El valor de una fórmula teológica: "In persona Christi"
en Phase 18 (1978) 303-312.
[27] OGMR (2000) nº
72.
[28] Ecclesia de
Eucharistia nº 29. Cuando en este mismo documento se refiere a las
palabras de la consagración pronunciadas por el sacerdote, se abunda en la
misma idea: "El sacerdote pronuncia estas palabras (consagración) o,
más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el
Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los
que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio" (Ecclesia
de Eucharistia nº 5).
[29] OGMR (2000) nº
108
[30] OGMR nº 50, 147
[31] J. ALDAZÁBAL,
Ministerios al servicio de la comunidad celebrante, Barcelona 2006, 37.
[32] OGMR 335
[33] "El
sacerdocio ministerial no tiene solamente por tarea representar a Cristo,
Cabeza de la Iglesia, ante la asamblea de los fieles: actúa también en nombre
de toda la Iglesia cuando presenta a Dios la oración de la Iglesia y sobre todo
cuando ofrece el sacrificio eucarístico" (CCE 1552). "El presbítero,
que visibiliza sacramentalmente la presencia de Cristo Cabeza y Señor de la
comunidad actúa también en nombre de todo el Pueblo santo" (OGMR 30)
De este modo, la
asamblea celebrante, signo de la Iglesia, y el ministro que la preside, signo
de Cristo, se complementan mutuamente. El ministro que preside en nombre de
Cristo Cabeza y Pastor y haciendo sus veces, completa a la comunidad,
haciéndola realización sacramental de la Iglesia entera. A la vez se
complementa con ella, porque el ministro no actúa solo sino dentro de ella. De
este modo, la celebración litúrgica comunitaria manifiesta visiblemente
"el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera
Iglesia" (SC 2; 26)" (Directorio n. 8).
[34] "Los gestos
y actitudes del sacerdote celebrante deben expresar su función propia: preside
la asamblea en la persona de Cristo". Varietates Legitimae. Cuarta
Instrucción de la Congregación para el Culto divino y la Disciplina de los
Sacramentos para aplicar la Sacrosanctum Concilium (25 enero 1994),
Cuadernos Phase 120, nº 41.
[35] "Entre las
atribuciones del sacerdote, ocupa el primer lugar la Plegaria eucarística, que
es el vértice de toda la celebración. Hay que añadir a ésta las oraciones, es
decir, la colecta, la oración sobre las ofrendas y la oración después de la
comunión. Estas oraciones las dirige a Dios el sacerdote que preside la
asamblea actuando en la persona de Cristo, en nombre de todo el pueblo
santo y de todos los circunstantes" (OGMR 30); "El sacerdote (en la
plegaria eucarística) invita al pueblo a elevar el corazón hacia Dios, en
oración y acción de gracias, y lo asocia a su oración que él dirige en
nombre de toda la comunidad, por Jesucristo, a Dios Padre. El sentido de esta
oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el
reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio"
(OGMR 78); "Pronuncia oraciones como presidente, en nombre de la
Iglesia y de la comunidad reunida" (IGMR 33).
[36] Ecclesia de
Eucaristia, nº 52: "gran responsabilidad que en la celebración eucarística
tienen principalmente los sacerdotes, a quienes compete presidirla in
persona Christi, dando un testimonio y un servicio de comunión, no sólo a la
comunidad que participa directamente en la celebración, sino también a la
Iglesia universal, a la cual la Eucaristía hace siempre referencia". Ver
también: "Toda celebración eucarística legítima es dirigida por el Obispo,
ya sea personalmente, ya por los presbíteros colaboradores
Esto se hace no para
aumentar la solemnidad exterior del rito, sino para significar de una manera más
clara el misterio de la Iglesia, sacramento de unidad" (OGMR 92); "la
Eucaristía celebrada por el obispo tiene una significación muy especial como
expresión de la Iglesia reunida en torno al altar bajo la presidencia de quien
representa visiblemente a Cristo, Buen Pastor y Cabeza de su Iglesia (cf SC 41;
LG 26)" (CCE 1561); "La celebración eucarística es acción de Cristo y
de la Iglesia, es decir, de un pueblo santo congregado y ordenado bajo la
dirección del Obispo" (OGMR 91).
[37] CONGREGACIÓN
PARA EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Instrucción Redemptionis
Sacramentum, nº 5.
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