UNA REFORMA LITÚRGICA INACABADA
Es evidente, que las cuestiones
abiertas sobre la última reforma litúrgica, comenzadas ya con Una Voce en
1964, han continuado durante estos más de 45 años últimos y en la actualidad
siguen aumentando, quizá también porque uno se entera de lo que sucede no
cuando acontecen las cosas, sino cuando reflexiona sobre lo que ha sucedido. En
este contexto, intento ofrecer ahora una interpretación del Motu Proprio Summorum Pontificum de
Benedicto XVI, que alguien lo ha presentado como una tregua ofrecida por el
Papa en esta guerra litúrgica en la que nos encontramos [16]. Es decir, se
trata de afrontar la reforma litúrgica querida por el Concilio Vaticano II como
un objeto de pensamiento y no como un objeto de enfrentamiento, considerándola
como una realidad todavía abierta, que ha de ser nuevamente analizada. “Se
trata, en concreto, de leer los cambios queridos por el Concilio en el interior
de la unidad que caracteriza el desarrollo histórico del mismo rito, sin
introducir rupturas artificiosas” [17]. La
tregua de Benedicto XVI no es una vuelta al pasado, sino una vinculación a la
tradición apostólica y una propuesta en favor de la identidad litúrgica.
“Estoy convencido que la crisis eclesial en la que ahora nos hallamos depende
en gran manera del derrumbamiento litúrgico” [18].
Primero, todos los sacerdotes
tienen el permiso de poder celebrar la liturgia según los libros anteriores a
la última reforma litúrgica, considerándolos el uso antiguo, como los nuevos
libros litúrgicos son el uso nuevo, pero ambos usos pertenecientes al mismo y
único antiguo rito romano. Además, ambos usos son santos y son legítimos, y la
intención de quienes los usan es celebrar siempre la misma fe de la Iglesia
católica, aunque entrambos usos puedan presentar ya sea defectos en sus formas
rituales, ya sea defectos en sus formulaciones verbales. “No hay contradicción alguna entre una y otra edición del Misal Romano.
En la historia de la liturgia se da crecimiento y progreso, más no ruptura. Lo
que para las generaciones precedentes era sagrado, también para nosotros sigue
siendo sagrado e importante y no puede ser prohibido de repente e incluso
juzgarlo peligroso” [19]. De este modo, no sólo no se contrapone una forma
litúrgica a otra, sino que también resplandece mejor la verdad del famoso axioma: lex orandi, lex credendi.
Segundo, diversas circunstancias
explican que el Misal romano de 1962 se siga usando e, incluso, aumente el
número de personas y comunidades que desean celebrar de este modo. Y este dato
no se explica diciendo que se trata de grupos nostálgicos de un pasado
irreversible. Las razones son más profundas, pues cada vez se van conociendo
mejor los criterios según los cuales se realizaron la reforma litúrgica y más
tarde las traducciones litúrgicas y los resultados no siempre han sido
brillantes [20]. Todo esto ha provocado un malestar litúrgico y a veces una
división más o menos latente y visible en la Iglesia católica, que es resultado
no sólo de un grupo de exaltados y desobedientes que han cambiado la sagrada
liturgia en una anarquía litúrgica. Cerrar los ojos ante esta realidad es
temerario. En esta situación, es preciso proceder con prudencia y caridad, sin
deslegitimar ninguno de los dos usos del único rito romano, facilitando una
ósmosis entre ambos y recordando que la sustancia de la liturgia, acción de
Dios a favor del hombre, es la reverencia y la adoración de Dios. No reduzcamos
la liturgia a formas rituales o verbales externas más o menos perfectas.
Tercero, Benedicto XVI, pastor
universal de la Iglesia, advirtiendo esta situación litúrgica pues ha escrito
abundantemente sobre ella, ha publicado el Motu Proprio Summorum Pontificum con la
finalidad principal de hacer resplandecer la comunión dentro de la Iglesia,
procurando “una reconciliación interna en el seno de la Iglesia” [21]. Después
de pensar y rezar, advirtió que esta decisión no sólo no contribuirá a la
división en la Iglesia, sino que será un medio eficaz para defender la
comunión, pues la celebración del rito según los dos usos permitirá su
comparación y su mutuo enriquecimiento; de hecho, el motu proprio no
descalifica la reforma litúrgica, sino que manifiesta sobre todo la
preocupación por la unidad de la Iglesia. Además, esto no significa negar la
autoridad del Concilio Vaticano II, pues se trata de lo contrario precisamente,
es decir, analizar si la reforma litúrgica ha sido fiel o no a la letra del Concilio
Vaticano II. Por otra parte, tampoco es saltarse la autoridad de los obispos,
porque los Sumos Pontífices se han preocupado siempre de la Sagrada Liturgia
como máxima autoridad y este Motu Proprio señala a los obispos cómo
conviene moderar en este momento la celebración litúrgica. “Tampoco comprendo,
siendo franco, por qué tanta sujeción de parte de muchos hermanos obispos, en
relación a esta intolerancia, que parece ser un tributo obligado a la opinión
común, y que parece en contraste, sin un motivo comprensible, con el proceso de
necesaria reconciliación en el interior de la Iglesia” [22].
Cuarto, algunos han dicho que la
vuelta al llamado rito tridentino crea un malestar porque la eclesiología
presente en el nuevo misal de Pablo VI es incompatible con la eclesiología
ofrecida en el antiguo misal. Aunque quienes hayan dicho tal cosa, pretendieran
defender la última reforma litúrgica, de hecho lo que han hecho es
comprometerla en su totalidad, pues no es de recibo afirmar que entre ambos
misales existe una incompatibilidad eclesiológica [23]. Pues si fuera esto
verdad, uno de los dos Misales sería rechazable, por ser fraudulento. El sentido
eclesial y pastoral de Benedicto XVI es, gracias a Dios, más fino y, en
consecuencia, parte de que ambos usos, el nuevo y el antiguo, son legítimos y
santos, aunque puedan tener imperfecciones, de manera que lo que se pretende
con el Motu Proprio es facilitar que con el uso de ambas formas se
produzca un enriquecimiento mutuo, por ejemplo, en la armonía entre palabra y
sacramento en las celebraciones litúrgicas, pero cada una en su sitio y con su
misión [24]. “No se puede quedar uno con la iglesia o con la misa que más le
agrada. Por el contrario, se debe permitir que todos puedan sentirse en la
única Iglesia católica participando del antiguo y del nuevo rito. Éste es el
criterio no subjetivo, que exige el motu proprio (…) El único modo de
entender el motu proprio exige pues encuadrarlo como un nuevo
desarrollo en continuidad con toda la tradición de la Iglesia” [25].
Quinto, una asignatura pendiente
en la aplicación adecuada de la reforma litúrgica actual es la armonización
entre la misión del sacerdote ordenado y la participación de los fieles en las
celebraciones litúrgicas. La ambigüedad de la frase “una Iglesia toda
ministerial” ha llevado a quitar barreras entre el presbiterio y la nave.
Vivimos en una época en que triunfa la manía de aparecer, de mettersi in
mostra. Hay un excesivo exhibicionismo también en la liturgia. Se habla
demasiado, se hacen demasiado cosas y, por el contrario, se reza poco. Quizá el
hecho de estar vueltos a la asamblea y no al Señor nos dificulta advertir que
“este nosotros despierta, sin embargo, la parte más íntima de mi persona. En el
acto de rezar, el aspecto exclusivamente personal y el comunitario deben
compenetrarse como veremos más adelante en la explicación del Padre nuestro”
[26]. En fin, hay que analizar si el racionalismo moderno ha reducido la
liturgia al valor ritual, olvidando que es preciso contemplar el misterio con
la fe, pues no es suficiente conceptualizarlo simbólicamente.
La plegaria eucarística II, que
probablemente fue redactada en Roma a finales del siglo II, describe la misión
del sacerdote así: astare coram te et tibi ministrare. El sacerdote debe
estar siempre derecho ante el Señor, dispuesto a cumplir su voluntad. Su
alimento es hacer la voluntad de Jesucristo. “No se haga mi voluntad, sino la
tuya” (Lc 22, 42). En este sentido, “la
verdadera acción de la liturgia, en la que todos nosotros debemos participar, es
acción de Dios mismo. Es ésta la novedad y particularidad de la liturgia
cristiana; es Dios mismo quien actúa y realiza lo esencial” [27]. Así pues,
cuando se celebra la liturgia Dios se hace presente y Dios ha de ser adorado, y
nosotros debemos arrodillarnos, como nos enseña “el Apocalipsis, el libro de la
liturgia celeste, que se presenta a la Iglesia como modelo y criterio para su
liturgia” [28]. Con fundamento es de desear la restauración “de la tradición
apostólica de la orientación hacia el este de los edificios cristianos y de la
misma praxis litúrgica, donde sea posible” [29].
“A pesar de las páginas
extraordinarias sobre la devoción propia de cada miembro del cuerpo
místico de Cristo, escritas por San Francisco de Sales, se ha producido después
del Concilio la separación entre participación y devoción. Incluso Pío XII
recuerda que al desarrollo de la liturgia ha contribuido notablemente la piedad
del pueblo. En la Instrucción Eucharisticum
mysterium se recuerda una verdad céntrica expuesta por Santo Tomás de
Aquino: “Este sacrificio de Cristo,
pues, como la misma pasión de Cristo, si bien sea ofrecida por todos, ´no
tiene efecto sino en aquellos que se unen a la pasión de Cristo con fe y
caridad. (…) A estos, con todo, ayuda más o menos según la medida de su
devoción” [30].
El culto católico, por el
contrario, ha pasado a veces de la adoración de Dios a la exhibición del sacerdote,
de los ministros y de los fieles. La piedad ha sido abolida como palabra y
liquidada por los liturgistas como pietismo. Con todo, se obligaba al pueblo a
soportar, sobrevalorándolo, los experimentos litúrgicos y se negaban las formas
espontáneas de devoción y piedad, como el proclamar durante la elevación del
pan y del vino consagrados, Señor mío y Dios mío. Se ha impuesto el aplauso
incluso en los funerales, en lugar del luto, que significa llanto. ¿Cristo no
ha llorado a la muerte de Lázaro? [31]. “Allí donde irrumpe el aplauso por lo que hace el hombre en la liturgia,
se está ante una señal segura que se ha perdido del todo la esencia de la
liturgia y se ha sustituido con una forma de entretenimiento con motivo
religioso” [32].
Sexto, mucho se ha discutido si
el rito anterior a la reforma litúrgica fue o no fue abolido. Benedicto XVI por
dos veces afirma que no fue abolido, enseñando quizá lo que tenía que haber
sido y ahora es. A. Bugnini intentó una declaración de la Comisión para la interpretación
de los documentos conciliares en la que se abrogase la antigua misa, pero no lo
consiguió, pues la Secretaría de Estado respondió el 10 de junio de 1974,
diciendo que eso sería considerado como odio persistente a la tradición
litúrgica [33]. Por eso, lo único que pudo hacer desde la Congregación
del Culto Divino es escribir una carta a las Conferencias Episcopales el 28 de
octubre de 1974, afirmando que el uso del antiguo Misal estaba permitido
sólo en la missa sine populo y
con respecto a los sacerdotes ancianos o enfermos. En fin, aunque Pablo VI en
el Consistorio del 24 mayo de 1976 dijo: “El nuevo Ordo ha sido promulgado para
que sustituyera al antiguo” [34], hay que afirmar que una cosa es sustituir
y prohibir el uso del antiguo misal y otra cosa muy distinta es abolirlo,
es decir, suprimirlo o eliminarlo [35]. Además, el Concilio Vaticano II, al
referirse a la liturgia católica, nunca manifestó el propósito de crear un
nuevo rito. Ahora bien, como la Iglesia no puede vivir sin un rito litúrgico.
Por tanto, el rito antiguo no pudo ser abolido.
Si la reforma ha sido fiel a la
traición se verá en los frutos; de lo contrario se advertirá la necesidad de
una restauración del cultus divinus.
Es decir, en el corazón del acontecimiento litúrgico todos desaparecen, el
único que queda es Cristo, el Salvador, dando gloria al Padre y la asamblea, en
la medida que permanece en comunión con Cristo, venera, alaba y adora a nuestro
Dios Creador y Redentor. Siempre me ha llamado la atención la luz que se desprende
de este texto de Marcos 2, 22: “Nadie echa tampoco vino nuevo en pellejos
viejos, pues el vino nuevo reventaría los pellejos y se echaría a perder tanto
el vino como los pellejos, sino que el vino nuevo en pellejos nuevos”. Lo mismo
se enseña en Mateo 9, 17. Pero Benedicto XVI alude [36] a que Lucas 5, 39
añade curiosamente a lo anterior lo siguiente, que es una verdad evidente: “Nadie,
después de beber el vino añejo, quiere del nuevo porque dice: el añejo es el
bueno”. Ante esas palabras, uno vuelve espontáneamente su mirada
al usus antiquior del rito
romano.
Pdre. Pedro Fernández, op
***
[16] N. BUX, La riforma
di Benedetto XVI. La Liturgia tra innovazione e tradizione. Piemme. Casale
Monferrato (Al) 2008, p. 59 y cap. IV, pp. 61-74.
[17] BENEDICTO XVI, Adhortatio
apostolica Sacramentum caritatis, n. 3: AAS 99 (2007) 107. Añade el Papa
en nota: Me refiero aquí a la necesidad de una hermenéutica de la continuidad
también en referencia a una adecuada lectura del desarrollo
litúrgico después del Concilio Vaticano II. Cf. Discurso a la Curia Romana
(22-XII-2005): AAS 98 (2006) 44-45.
[18] J. RATZINGER, La
mia vita . Ricordi 1927-1977. San Paolo, Cinisello B. 1997, pp. 112-113.
[19] BENEDICTO XVI, Carta
apostólica acerca del Motu proprio Summorum Pontificum (7-VII-2007): AAS
99 (2007) 798.
[20] La gran parte de las
oraciones del Misal de Pablo VI han sido redactadas de nuevo, suplantando las
oraciones de los sacramentarios antiguos, excluyendo positivamente ciertos
conceptos que no cuadraban con la nueva mentalidad. Sería muy importante
continuar los estudios de LAUREN PRISTAS, “The Orations of the Vatican II
Missal. Policies for Revision”. Communio. International Catholic Review 30
(2003) 621-653; LORENZO BIANCHI, Liturgia. Memoria o istruzioni per
l´uso? Piemme. Casale Monferrato 2002, pp. 59-61.
[21] BENEDICTO XVI, Carta
apostólica acerca del Motu proprio Summorum Pontificum (7-VII-2007): AAS
99 (2007) 797.
[22] J. RATZINGER, Dio
e il mondo. Essere cristiani nel nuovo millennio. Una conversazione con Peter
Seewald. San Paolo. Cinisello B. 2001, p. 380.
[23] No se puede oponer la
Iglesia comunión a la Iglesia sociedad, pues también la Constitución Lumen
Gentium, n. 8 afirma que la Iglesia es instituida y organizada como
sociedad y, además, tiene una constitución jerárquica, como dice el título del
cap. III de la misma Constitución conciliar. Tampoco se puede oponer una
espiritualidad individual a otra espiritualidad social, pues la espiritualidad
es al mismo tiempo personal y eclesial.
[24] Bien está, en
conformidad con la tradición, hablar de las dos mesas de la palabra y del
sacramento; bien está enriquecer la presencia de la palabra, pero habrá que
examinar los criterios exegéticos e ideológicos seguidos en la selección de las
perícopas litúrgicas y, sobre todo, habrá que ver en el sacramento
la plenitud de la palabra. “En estas palabras el adverbio sicut, no dice
si a la Sagrada Escritura le sea debida la misma veneración, es decir, igual,
que a la Santísima Eucaristía. Se debe venerar ya la Sagrada Escritura, ya el
Cuerpo de Cristo, pero de modo y forma diverso, como se deduce de la
Constitución litúrgica n. 7, de la Encíclica Mysterium Fidei, del 3 de
diciembre de 1965, nn. 17-20 y de la Instrucción Eucharisticum Mysterium ,
n.9”. Respuesta de la Pontificia Comisión para la interpretación de los
decretos del Concilio Vaticano II, 5-II-1968: AAS 60 (1968) 362.
[25] N. BUX, La riforma
di Benedetto XVI. La Liturgia tra innovazione e tradizione. Piemme. Casale
Monferrato (Al) 2008, p. 78.
[26] J. RATZINGER-BENEDETTO
XVI, Gesù di Nazaret. Librería Editrice Vaticana- Rizzoli. Ciudad del
Vaticano-Milán 2007, p.158.
[27] J. RATZINGER, Introduzione
allo spirito della liturgia. San Paolo. Cinislelo B. 2001, p. 169.
[28] J. RATZINGER, Introduzione
allo spirito della liturgia. Ibid. p. 182.
[29] J. RATZINGER, Introduzione
allo spirito della liturgia. Ibid. p. 67.
[30] SACRA CONGREGATIO
RITUUM, Instructio Eucharisticum mysterium (1967), n. 12: AAS 59
(1967) 549; S. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae, III, 79, 7 ad 2m.
[31] N. BUX, La riforma
di Benedetto XVI. La Liturgia tra innovazione e tradizione. Piemme. Casale
Monferrato (Al) 2008, pp. 98-99.
[32] J. RATZINGER, Introduzione
allo spirito della liturgia. Ibid. p. 195.
[33] Cf. A. BUGNINI, La
riforma liturgica 1948-1975. Edizioni Liturgiche. Roma 1997, pp.
297-299.
[34] Según el canon 21 del
Código de Derecho Canónico (1983) la ley posterior no abroga la ley anterior,
sino que hay que conciliar la última ley con la precedente, a no ser que se
diga expresamente algo distinto.
[35] “La autoridad de la
Iglesia tiene el poder de definir o de limitar el uso de tales ritos en las
diferentes situaciones históricas, pero ella no puede jamás pura y simplemente
prohibirlos. De este modo el Concilio ha dispuesto la reforma de los libros
litúrgicos, pero no ha prohibido los libros precedentes”. J.
RATZINGER, Conferencia con motivo del X Aniversario del motu proprio
Ecclesia Dei de Juan Pablo II, Roma, 24-X-1998.
[36] J. RATZINGER, Gesù
di Nazaret. Librería Editrice Vaticana- Rizzoli. Ciudad del Vaticano-Milán
2007, pp.216-217.
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